
Por Bertrand Audoin
Nota publicada el 20 de agosto de 2013 por el New York Times, traducida al español por Espolea.
Los recientes asesinatos de Dwayne Jones, un adolescente transgénero en Jamaica, y Eric Ohena Lembembe, activista gay en Camerún, así como la protesta global sobre la legislación anti-gay de Rusia, han atraído la atención internacional como graves violaciones de los derechos humanos.
Mientras que el debate sobre los derechos de l@s homosexuales en Occidente se ha desplazado al derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio, estos últimos acontecimientos nos recuerdan la cruda realidad sobre el hecho de que en muchos países las personas que son abiertamente homosexuales o sospechosos de ser homosexuales siguen siendo encarcelad@s durante años o incluso condenad@s a pena de muerte. Cuesta creer que en el África subsahariana la homosexualidad sigue siendo ilegal en 38 países.
Nota publicada el 20 de agosto de 2013 por el New York Times, traducida al español por Espolea.
Los recientes asesinatos de Dwayne Jones, un adolescente transgénero en Jamaica, y Eric Ohena Lembembe, activista gay en Camerún, así como la protesta global sobre la legislación anti-gay de Rusia, han atraído la atención internacional como graves violaciones de los derechos humanos.
Mientras que el debate sobre los derechos de l@s homosexuales en Occidente se ha desplazado al derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio, estos últimos acontecimientos nos recuerdan la cruda realidad sobre el hecho de que en muchos países las personas que son abiertamente homosexuales o sospechosos de ser homosexuales siguen siendo encarcelad@s durante años o incluso condenad@s a pena de muerte. Cuesta creer que en el África subsahariana la homosexualidad sigue siendo ilegal en 38 países.
Es crucial que se intensifique la presión hacia los gobiernos que, a través de las leyes punitivas, siguen haciendo que la vida cotidiana de las y los homosexuales se convierta en una pesadilla. No obstante, podemos ejercer mayor presión si reconocemos que esta privación de los derechos humanos va más allá de las libertades civiles: es mala para la salud pública.
Tres décadas de experiencia en la respuesta a la epidemia del VIH y SIDA han proporcionado pruebas irrefutables de que privar los derechos humanos de aquellos grupos con mayor riesgo de infección por VIH, lleva a la clandestinidad. El impacto es doble: lxs trabajadorxs sexuales, los hombres que tienen sexo con hombres, lxs usuarixs de drogas y personas transgénero no sólo viven con el temor diario de represalias, sino que son mucho menos propensos de acceder a los servicios básicos de salud, como los preservativos para protegerse contra la infección. Es poco probable que las campañas de educación que llegan a la población en general, lleguen a estas poblaciones en mayor riesgo, y no es de extrañar que en muchas partes del mundo la prevalencia del VIH entre profesionales del sexo, hombres que tienen sexo con hombres y personas transgénero es mucho mayor que en otras poblaciones.
En los primeros días de la epidemia de VIH, se hizo rápidamente evidente que el virus no discrimina, sino que los gobiernos y la gente a veces lo hacía. Hoy en día el estigma y la discriminación siguen alimentando la epidemia - y para ejemplo el caso de Rusia, donde la represión y la falta de acción han agravado una de las epidemias de VIH de más rápido crecimiento en el mundo.
Hace una década, las estimaciones del número de personas que vivían con VIH en Rusia, osciló de los 100.000 al doble, la mayoría de los cuales lo adquirieron por el uso de drogas inyectables. Hoy la alarmante cifra es de un millón. Gran parte de la responsabilidad yace en la negativa de las autoridades públicas de apoyar la provisión de la terapia de sustitución de opiáceos, como la metadona o bien, estrategias como el intercambio de agujas limpias.
Lxs usuarixs de drogas inyectables son objeto de discriminación generalizada en la sociedad rusa y los notorios centros de "tratamiento" del gobierno constituyen una dura condena que ha propiciado violaciones a los derechos humanos a lo largo de los años.
No es de extrañar que, en un país que históricamente ha mostrado recelo hacia la homosexualidad y hacia las campañas "occidentales" para dar más derechos a dicha población, el índice de prevalencia de VIH entre hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, especialmente entre hombres jóvenes, es considerablemente mayor que la población general.
El renovado enfoque de línea dura por parte del gobierno, suma al clima de temor a organizaciones LGBT - y harán poco para reducir la tasa de nuevas infecciones entre hombres homosexuales.
Lo mismo puede decirse de muchos de los 38 países del África subsahariana, donde la homosexualidad sigue siendo ilegal. Sus tasas de VIH entre hombres que tienen sexo con hombres son incompletos debido a los temores de muchos hombres de ser identificados como hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres.
El potencial de transmisión del VIH entre hombres homosexuales en Rusia así como el África subsahariana es muy clara. Al mismo tiempo, sabemos que medidas se pueden tomar que funcionen para frenar esta tendencia.
En la década de 1980 la ejecución de programas de intercambio de jeringas y los programas de metadona fueron fundamentales en la prevención de una epidemia espiral entre lxs usuarixs de drogas inyectables. Actualmente, Europa occidental, Estados Unidos y muchos otros países tienen prevalencias de VIH cercanas a cero entre lxs usuarixs de drogas inyectables.
En países como Portugal y la República Checa, la despenalización en el consumo personal de pequeñas cantidades de drogas en la década de 1990, fue un factor importante detrás en el descenso de las tasas de infección por VIH. Ootrgar a lxs usuarixs de drogas el derecho a servicios médicos dignos y remitirlos a centros de tratamiento en lugar de encerrarlos, han producido una revolución en la política de salud pública de esos países.
Involucrar a la comunidad homosexual en esta batalla trae amplios beneficios en salud pública, y para ello Australia es un buen ejemplo. Hace tan sólo 35 años, participantes de la primera carrera Mardi Gras en Sydney fueron detenidos y golpeados; en general la discriminación y violencia ejercida por la policía en contra de los homosexuales y la comunidad eran comunes. Si bien la ola de violencia del año 1978 impulsó a la comunidad gay, fue la aparición del VIH y el SIDA unos años más tarde lo que llevó a sus miembros a convertirse en una voz poderosa en el desarrollo del tan sonado enfoque bipartidista australiano en la lucha contra la enfermedad. La contención de la epidemia del VIH en Australia fue un hito de la salud pública, logrado a través de una legislación que implícitamente reconoce los derechos humanos de los homosexuales.
En menos de dos años se vencen los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. En el caso del VIH y SIDA, los objetivos son conseguir el tratamiento preventivo de 15 millones de personas y revertir la epidemia. Pero, a menos que los gays y otras poblaciones claves gocen de los mismos derechos y protecciones legales que sus conciudadanos, entonces ninguno de estos objetivos parece plausible.
Tenemos a nuestra disposición el conocimiento científico para que la epidemia del SIDA llegue a su fin. Pero no se puede aplicar la ciencia en todo el mundo debido a que muchas personas con alto riesgo de infección temen ser recriminadxs y son escépticxs a pedir ayuda a las organizaciones que les pueden apoyar.
Desafortunadamente lxs líderes políticos en muchas partes del mundo son los verdaderos motores del estigma contra los homosexuales. Pero son esxs mismxs líderes quienes tienen una oportunidad histórica, no sólo de poner fin a la discriminación, sino de hacer en sus propios ámbitos un impacto importante en una de las pandemias más letales del mundo.
Consulta la nota original.
Tres décadas de experiencia en la respuesta a la epidemia del VIH y SIDA han proporcionado pruebas irrefutables de que privar los derechos humanos de aquellos grupos con mayor riesgo de infección por VIH, lleva a la clandestinidad. El impacto es doble: lxs trabajadorxs sexuales, los hombres que tienen sexo con hombres, lxs usuarixs de drogas y personas transgénero no sólo viven con el temor diario de represalias, sino que son mucho menos propensos de acceder a los servicios básicos de salud, como los preservativos para protegerse contra la infección. Es poco probable que las campañas de educación que llegan a la población en general, lleguen a estas poblaciones en mayor riesgo, y no es de extrañar que en muchas partes del mundo la prevalencia del VIH entre profesionales del sexo, hombres que tienen sexo con hombres y personas transgénero es mucho mayor que en otras poblaciones.
En los primeros días de la epidemia de VIH, se hizo rápidamente evidente que el virus no discrimina, sino que los gobiernos y la gente a veces lo hacía. Hoy en día el estigma y la discriminación siguen alimentando la epidemia - y para ejemplo el caso de Rusia, donde la represión y la falta de acción han agravado una de las epidemias de VIH de más rápido crecimiento en el mundo.
Hace una década, las estimaciones del número de personas que vivían con VIH en Rusia, osciló de los 100.000 al doble, la mayoría de los cuales lo adquirieron por el uso de drogas inyectables. Hoy la alarmante cifra es de un millón. Gran parte de la responsabilidad yace en la negativa de las autoridades públicas de apoyar la provisión de la terapia de sustitución de opiáceos, como la metadona o bien, estrategias como el intercambio de agujas limpias.
Lxs usuarixs de drogas inyectables son objeto de discriminación generalizada en la sociedad rusa y los notorios centros de "tratamiento" del gobierno constituyen una dura condena que ha propiciado violaciones a los derechos humanos a lo largo de los años.
No es de extrañar que, en un país que históricamente ha mostrado recelo hacia la homosexualidad y hacia las campañas "occidentales" para dar más derechos a dicha población, el índice de prevalencia de VIH entre hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, especialmente entre hombres jóvenes, es considerablemente mayor que la población general.
El renovado enfoque de línea dura por parte del gobierno, suma al clima de temor a organizaciones LGBT - y harán poco para reducir la tasa de nuevas infecciones entre hombres homosexuales.
Lo mismo puede decirse de muchos de los 38 países del África subsahariana, donde la homosexualidad sigue siendo ilegal. Sus tasas de VIH entre hombres que tienen sexo con hombres son incompletos debido a los temores de muchos hombres de ser identificados como hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres.
El potencial de transmisión del VIH entre hombres homosexuales en Rusia así como el África subsahariana es muy clara. Al mismo tiempo, sabemos que medidas se pueden tomar que funcionen para frenar esta tendencia.
En la década de 1980 la ejecución de programas de intercambio de jeringas y los programas de metadona fueron fundamentales en la prevención de una epidemia espiral entre lxs usuarixs de drogas inyectables. Actualmente, Europa occidental, Estados Unidos y muchos otros países tienen prevalencias de VIH cercanas a cero entre lxs usuarixs de drogas inyectables.
En países como Portugal y la República Checa, la despenalización en el consumo personal de pequeñas cantidades de drogas en la década de 1990, fue un factor importante detrás en el descenso de las tasas de infección por VIH. Ootrgar a lxs usuarixs de drogas el derecho a servicios médicos dignos y remitirlos a centros de tratamiento en lugar de encerrarlos, han producido una revolución en la política de salud pública de esos países.
Involucrar a la comunidad homosexual en esta batalla trae amplios beneficios en salud pública, y para ello Australia es un buen ejemplo. Hace tan sólo 35 años, participantes de la primera carrera Mardi Gras en Sydney fueron detenidos y golpeados; en general la discriminación y violencia ejercida por la policía en contra de los homosexuales y la comunidad eran comunes. Si bien la ola de violencia del año 1978 impulsó a la comunidad gay, fue la aparición del VIH y el SIDA unos años más tarde lo que llevó a sus miembros a convertirse en una voz poderosa en el desarrollo del tan sonado enfoque bipartidista australiano en la lucha contra la enfermedad. La contención de la epidemia del VIH en Australia fue un hito de la salud pública, logrado a través de una legislación que implícitamente reconoce los derechos humanos de los homosexuales.
En menos de dos años se vencen los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. En el caso del VIH y SIDA, los objetivos son conseguir el tratamiento preventivo de 15 millones de personas y revertir la epidemia. Pero, a menos que los gays y otras poblaciones claves gocen de los mismos derechos y protecciones legales que sus conciudadanos, entonces ninguno de estos objetivos parece plausible.
Tenemos a nuestra disposición el conocimiento científico para que la epidemia del SIDA llegue a su fin. Pero no se puede aplicar la ciencia en todo el mundo debido a que muchas personas con alto riesgo de infección temen ser recriminadxs y son escépticxs a pedir ayuda a las organizaciones que les pueden apoyar.
Desafortunadamente lxs líderes políticos en muchas partes del mundo son los verdaderos motores del estigma contra los homosexuales. Pero son esxs mismxs líderes quienes tienen una oportunidad histórica, no sólo de poner fin a la discriminación, sino de hacer en sus propios ámbitos un impacto importante en una de las pandemias más letales del mundo.
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