
Escrito por Julia Laite
Traducido por Victoria Meza para Espolea.
Siempre he dicho que investigar a la prostitución me hace más una historiadora del trabajo que una historiadora de la sexualidad. A pesar de que han sido agrupadas en la misma categoría que la homosexualidad y otras desviaciones sexuales (así percibidas), las mujeres que vendían sexo en el pasado conectaban sus acciones no con su sexualidad, sino con su trabajo.
Ya en el siglo XXI, muchas mujeres que vendían sexo decidieron llamar a su oficio “trabajo sexual” y llamarse a sí mismas “trabajadoras sexuales”. Esto puede tener diferentes significados para diferentes mujeres. Para algunas, reconoce su trabajo como normal, necesario y digno de respetarse. Para otras, sirve para divorciar la labor sexual de sus propias sexualidades. Incluso otras lo utilizan para insistir que el trabajo sexual debe considerarse dentro de la definición general de trabajo: trabajo que puede ser explotado o no, que puede ser elegido o no.
Como historiadora, utilizo los términos “trabajo sexual” y “mujeres que venden sexo” para evitar anacronismos, pero aún así reconozco explícitamente que para la mayoría de las mujeres que vendieron sexo en el pasado, la prostitución era un trabajo. Debe ser analizado como una historia del trabajo así como una historia de la sexualidad. En efecto, si queremos pensar la prostitución en términos de la historia de la sexualidad, deberíamos centrar nuestra atención en los hombres que compran sexo y no tanto en las mujeres que lo venden. Hasta ahora, hay una alarmante escases de estudios históricos (o contemporáneos) acerca de este enorme grupo de personas que son partícipes del sexo comercial.
Como historiadora y como feminista, estoy realmente consciente de las batallas que se libran alrededor del término “trabajo sexual”. Algunas feministas insisten en usar el término “mujer prostituida”, implicando que ninguna mujer puede o podría elegir vender sexo. De hecho, uno de los “argumentos” más comúnmente utilizados por estudiantes y por gente ajena al tema al toparse con mis investigaciones sobre prostitución como trabajo femenino, es que “ninguna niña dice que quiere ser prostituta cuando sea grande”. Dejando de lado todos los demás argumentos, ninguna niña dice tampoco que cuando sea grande quiere limpiar baños.
El mundo, en ese entonces y ahora, gira gracias a personas que tampoco pudieron elegir positivamente sus trabajos. Las mujeres que vendían sexo en el pasado, lo hacían como respuesta a los otros empleos existentes: pobremente remunerados, arduos, denigrantes, explotadores y con una crucial falta de apoyo social. Varios estudios de finales del siglo IXX, encontraron que al menos la mitad de las mujeres que vendían sexo en el Reino Unido habían sido sirvientes domésticas y que muchas lo habían odiado tanto, que decidían dejarlo por su propia voluntad. “¿Qué me darías a cambio de dejar la prostitución?” preguntaba una prostituta a una mujer policía en la década de los 20’s, “¿trabajar en una lavandería por dos libras a la semana cuando puedo ganar 20 libras fácilmente?” “Prefiero morir que hace trabajo doméstico” dijo otra a la periodista Mary Chesterton en 1935.
La difícil verdad recae en que, tanto los testimonios históricos como los contemporáneos, proveen amplia evidencia de que las mujeres eligen el trabajo sexual ante la precariedad de las circunstancias económicas y de las terribles alternativas laborales. Tal vez por esto se nos hace tan difícil imaginar a la prostitución como un trabajo y tomar en serio las organizaciones de trabajadoras sexuales. Tiene que ver con reconocer que el trabajo sexual está íntimamente conectado con la economía capitalista explotadora de la que todos formamos parte. Como lo escribió George Bernard Shaw en 1912, en el punto más alto de su campaña en contra de la explotación sexual con fines comerciales de las niñas o de la “esclavitud blanca”:
Los salarios de la prostitución están cosidos en tus ojales y en tu camisa, pegados en tus cajas de cerillos y en tus cajas de tachuelas, rellenando tus colchones, mezclados con el color de tus paredes y atorados en las comisuras de tus tuberías. El mismo barniz de tu cubeta y taza de té, contiene el veneno principal que le ofreces a mujeres decentes como recompensa por su trabajo honrado.
De cualquier forma, las palabras de Shaw resuenan con más verdad hoy, en la luz de nuestra acelerada e injusta economía global en donde los trabajos domésticos baratos, agriculturales e industriales así como los deficientemente regulados trabajos manufactureros son vistos como cruciales para satisfacer las crecientes demandas de una vida opulenta y cómoda.
Y es así como en este día internacional del trabajo, sugiero que pensemos en la forma en la que el trabajo sexual se relaciona con el trabajo no remunerado, mal remunerado y explotador que realizan las mujeres y también los hombres, en un menor grado, con el fin de sostener a la economía capitalista global. Y en lugar de tratar de separar a la prostitución del trabajo, deberíamos de pensar en las formas en las que nuestra propia demanda por bienes y servicios lícitos, se involucra con la ilícita economía sexual y en todas las formas en las que somos cómplices de la muy amplia explotación laboral.